Hace 70 años Raymond Chandler
escribió La alta ventana (The High Window, 1942). En su tercera
aparición (tras El sueño eterno y Adiós, muñeca), Philip Marlowe es un
personaje perfectamente definido camino de alcanzar la apoteosis en El largo adiós (1953).
En La alta ventana la señora
Murdock, mientras ingiere copa tras copa de oporto, contrata a Marlowe para que
encuentre una moneda desaparecida de gran valor. De paso, deberá conseguir el
divorcio de su débil hijo, “un maldito idiota” casado con una atractiva cantante,
la principal sospechosa del robo: “ya
sabe usted cómo es esa gente de los clubes nocturnos”.
Junto a la maestría narrativa de
Chandler y el extraordinario acierto que supone la creación de un mítico
personaje que concentra toda la atención del lector, uno de los mayores puntos
de interés de La alta ventana reside,
en mi opinión, en la consciencia del autor en que estaba abriendo un nuevo
camino en la novela policíaca. Años después lo expuso en El simple arte de matar (1950), su ideario narrativo.
Recordemos, a propósito de esto, una
parodia genial. Leslie Murdock, a la espera de un brillante colofón deductivo a
la manera de Hercule Poirot, le dice a Philip Marlowe:
“Me da la sensación de que va
usted a estar deslumbrante. Un implacable chorro de lógica e intuición y todas
esas paparruchas. Como un detective de novela.”
A lo que Marlowe responde:
“Pues claro. Considerar las
evidencias una a una, integrarlas todas en un patrón coherente, añadir algún
que otro detalle que me saco de la manga por aquí y por allá, analizar los
motivos y los personajes y presentarlos de un modo totalmente diferente de lo
que todo el mundo, incluido yo mismo, pensaba que eran hasta este momento
mágico… y por último lanzarme en picado
sobre el sospechoso menos prometedor… El cual, en ese momento, se pone pálido
como un papel, echa espuma por la boca y se saca una pistola de la oreja
derecha.”
De esta forma Chandler, siguiendo
la estela de Dashiell Hammett, estaba dinamitando los cimientos de la novela de
enigma criminal europea y dando prestigio literario a un género hasta entonces
menor. Si recordamos que al otro lado del Atlántico, también en 1942, Agatha
Christie publicó Los cinco cerditos,
comprenderemos la auténtica importancia de la revolución emprendida por Raymond
Chandler.
Raymond Chandler: Todo
Marlowe, RBA, Serie Negra, 2009.
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